En los últimos diez años en la problemática de las adicciones, tanto en el ámbito preventivo como asistencial, la incidencia del narcotráfico en la ciudad de Rosario ha determinado conductas personales, familiares y sociales.
Términos como sicarios, soldaditos, se han integrado al imaginario como nuevas escenografías comunes.
Cuando el adicto llega a un dispositivo terapéutico notamos que se ha tornado común que el sujeto este impregnado y atravesado por esta nueva complejidad.
Ya no hablamos de sujetos con dificultades interpersonales, vinculares, de identidad, neurosis, ahora además aparecen situaciones combinadas al entramado narco criminal que se instalo en la ciudad de Rosario. Familias y sujetos temerosos por represalias ligadas, no al consumo, sino más bien a negociados que atesoran en sus entrañas miedos, desigualdades, así como mafias que hacen del día a día una película de terror.
Los dispositivos tienen que repensarse ante esta nueva situación. Pues los casos que llegan a los programas contaminados con esta compleja situación delictiva requieren de abordajes que en ocasiones no están disponibles. Hablamos de abordajes que contemplen en primera instancia, la voluntad del sujeto en cambiar de vida y no solamente “esconderse” por un tiempo en una Comunidad y que la familia logre una tranquilidad efímera y pasajera.
Recuerdo cuando visite Colombia en algunas ocaciones para participar de Congresos y visitar Instituciones en la segunda mitad de la década del noventa, en plena época post Escobar, los adictos que tenían el deseo de rehabilitarse, que vivían en Medellín, los enviaban a Cali y los de Cali a Bogotá para preservar sus humanidades de la amenaza narco.
Hemos llegado en nuestra ciudad a niveles de violencia caóticos y temerarios. En medio de esa escalada de deterioro social hay cientos de jóvenes inmersos en una tragedia cotidiana, no solamente de consumo de sustancias, que requerirían un abordaje conceptual primario, sino de entramados oscuros, de intereses, de pobreza estructural, de vínculos quebrados, de promesas que esclavizan. Ante este panorama deberíamos idear los abordajes en dispositivos que reúnan las condiciones para una mirada tan específica como realista.
Pues una cosa es abordar situaciones de sujetos que hace años están involucrados con diversas drogas y manifiestan los síntomas comunes a esta problemática. Muy diferente es armar un dispositivo para aquellos sujetos que hace tiempo están inmersos en el negocio del narcotráfico y la violencia desde varios lugares.
Alli los abordajes quedan a mitad de camino. Es que lo estructural disfuncional del sujeto se ve impactado por el deterioro social y cultural que lo circunda. Se genera una dimensión oscura, violenta, psicopática, obsesiva, donde el existir ya no depende de una sobredosis, sino de una bala perdida o exclusivamente dirigida, en un barrio abandonado a la deriva de algún Dios adormecido.
Osvaldo S. Marrochi –
Fundador Fundación Esperanza de Vida
Vicepresidente AEA

 

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