En un ámbito donde se tiene en cuenta el concepto de reeducación como eje para el abordaje en un dispositivo terapéutico para adictos a drogas, es probable que encontremos resultados que estarán a la altura de lo buscado.
¿A que me refiero con la expresión reeducación? Seria reaprender valores y hábitos que quizás existieron en la etapa formativa de la vida del sujeto. Aquellos que organizados en un contexto de armonia vincular y social logran cierta estabilidad en las conductas morales establecidas.
El deterioro de la vida psicológica, física, vincular y social producto del consumo de drogas es un camino que va gangrenando todo lo que lo circunda, contaminándolo. Existen diversas etapas y costumbres en el uso de sustancias. Tan disímiles como las individualidades existentes. Eso sí, aparecen características semejantes en unos y otros. Síntomas psicológicos en lo cotidiano que nos muestran comportamientos comunes.
En algunos casos hay una ruptura con esa manera de vivir y el sujeto cambia algunos procederes y de alguna u otra manera retorna a socializar, en esa especie de escenografía monótona que representa la existencia.
En otros casos el sujeto sigue adelante en el camino de la autodestrucción, hacia un destino incierto. Va acumulando inseguridades, miedos, secretos, mentiras, pérdidas, fracasos. Lo que se avecina en el futuro de esa vida es una tragedia cotidiana, en ocasiones terminal. Las secuelas que persisten luego de esa experiencia de años de enfermedad y toxicidad, es abismal.
Si existiera la chance que el sujeto pueda transformar su vida, el gran desafío sería lograr la tan ansiada “normalidad”.
Aquí no hablo en términos de “la normalidad social” impuesta en ese carrusel lapidario de las sociedades desiguales. Me refiero a la normalidad adquirida en cada sujeto conociendo su intimidad conquistada, sus límites, reconociendo su historia de vida, sus posibilidades. Ya no en lugar de víctima, culpando al afuera por sus demonios íntimos.
Sino más bien, con su existencia en eje, sustentada en las decisiones que ha tomado responsablemente.
Mirando un camino que solo puede recorrerse desde la lucidez, que es cruel. Y además, un privilegio de estar vivos.
Osvaldo S. Marrochi –
Presidente Fundación Esperanza de Vida
Vice presidente AEA