Asociación Argentina de Especialistas en Adicciones

Precisar un diagnóstico o llegar a reconocer, frente a una persona adicta a drogas, lo que verdaderamente necesita, es clave. Tanto como el diseño y la estrategia que surge de ese diagnóstico. Reconocer, en la instancia de admisión, lo que una persona necesita, alejado de los intereses o urgencias propias de esta problemática, nos llevara a destinos de armonia y saludables.
Cuando el diagnóstico es apresurado por motivaciones que merodean la intimidad de la persona, caemos en la trampa. Pues el diseño responderá, no a las necesidades concretas, sino más bien, a miradas sesgadas y cómplices. Una complicidad que resguarda limitaciones, miedos, inseguridades, intereses, de la persona adicta, de los vínculos desesperados y del equipo mismo.
Cuando decimos que esta problemática es multicausal, esto se ve claramente en las entrevistas de admisión. Alli debemos investigar, reconocer, las diversas necesidades que trajo a la persona a la admisión. Su lugar de residencia, si es que la tiene. Si está en situación de calle. Si contamos con vínculos que puedan participar del diseño terapéutico. Las sustancias que ha consumido. Si es alcohólica. Si tiene un historial de otras patologías de base. Si tiene cobertura social. Si tiene historia judicial. Si ha estado en otros programas. Su contexto socio cultural. Si tiene voluntad de cambio. Si está obligado o presionado por sus vínculos. Si está en una situación de narcotráfico. Indagar todas estas cuestiones nos permiten llegar a un diagnostico, no preciso, pero sí a una aproximación, frente a quien estamos y que estrategia podemos ofrecerle dentro de nuestras posibilidades institucionales.
Pues aquí debemos pensar en los diversos dispositivos no gubernamentales y los espacios del estado. Reconocer las limitaciones en los posibles abordajes es coherente. Se trata de identificar lo que cada dispositivo puede ofrecer ante la demanda específica.
Aquí, hace años que estamos a la deriva. Pues no hay formación adecuada de los recursos humanos del estado en los diversos dispositivos polivalentes. Ni tampoco estructuras adecuadas. Este es el gran verso utópico de incorporar a las adicciones dentro de la Ley de Salud Mental. Es lamentable. Los profesionales que están en los hospitales, los dispensarios, las clínicas, no entienden esta problemática, pues no se han formado. Y la formación lleva años de trabajo cuerpo a cuerpo y estudiar los nuevos paradigmas.
En las universidades y en las escuelas no se visibiliza la problemática de las adicciones. No se estudia esta misteriosa y compleja tarea. Por ello hace cuatro décadas la respuesta viene de otro lado. De los adictos recuperados que se han formado como líderes y consejeros. Como operadores. Como directores y presidentes de programas. De miembros de iglesias y algún que otro profesional con vocación de servicio. La historia lo evidencia. Pero no existe el reconocimiento adecuado. Seguimos flotando en discursos, discusiones, propuestas lamentables, políticamente interesadas. Con una mirada profundamente sesgada.
Los diseños de tratamiento siguen un eje, luego de arribar a un diagnostico adecuado. Ese diseño se lleva adelante con la voluntad y la evolución de la persona en tratamiento. El equipo tiene que ir evaluando el crecimiento de la persona. Sus limitaciones. Sus posibilidades. Sus recursos. Alli hay que ser responsable como equipo tratante, sin que se interpongan, frente a la discusión terapéutica, ningún interés ajeno a la intimidad de la persona. Reconocer que vamos a trabajar hasta donde la persona nos permita. Conforme a sus posibilidades terapéuticas. No debemos forzar un proceso en el tiempo, solo para que la persona continúe en tratamiento. Poner los límites a tiempo ayuda para que la persona pueda ver su realidad y el equipo no contaminarse. Seguir funcionando objetivamente. Ese es el desafío.
Osvaldo S. Marrochi – Presidente Fundación Esperanza de Vida Vice presidente AEA
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