Dejar de ser adicto es mucho más que dejar de consumir drogas. Es revisar la historia de vida. Es examinar los vínculos. Es la posibilidad de un nuevo renacimiento. Es tomar decisiones correctas. Es elegir. Con la voluntad. Aunque en ocasiones hace falta ese empujón afectivo, o una crisis, un episodio dramático, para que el cambio aparezca como una posibilidad cierta.
Nos equivocamos si nos centramos en el consumo o en los procesos estigmatizantes que intentan despersonalizar al sujeto y pensarlo como carne picada saliendo de una maquina moral.
La individualidad reconocida en aquellos momentos donde lo disfuncional acaparo la escena, es vital para enfocar un proceso de cambio coherente y decisivo.
Si bien la fuerza y la dinámica del grupo de pares resultan fundamentales, tiene que ser supervisada para que emerja aquello que está misteriosamente oculto en la identidad y el perfil de la personalidad adicta.
Pues las costumbres y el funcionamiento cotidiano que llevan años, requieren de un tiempo para ser modificados. Aun, con el correr de los años, esos hábitos continúan instalados en el inconsciente y ante determinadas complicaciones cotidianas aparecen para desbordar y correr de eje el proyecto del sujeto.
Dejar de ser adicto es mucho más que lo que se propone en la mayoría de los programas. Es lograr una visión cosmogónica de la existencia que nos rodea. Ser consciente del universo que se manifiesta a nuestro alrededor.
El primer paso es tomar la decisión de no joderme la vida nunca más, no permitir que me la jodan, y por ende, no jodersela a los demás. A partir de alli, conquistar mi intimidad, conociendo quien soy, para que estoy, hacia donde deseo dirigirme.
Tener el dominio de mi vida. Hacerme cargo de vivir sin bastones humanos o materiales. Simplemente con el capital conseguido. Mi vida reconquistada.
Osvaldo S. Marrochi
Presidente Fundación Esperanza de Vida
Vicepresidente AEA