Cuando el sujeto adicto ingresa al circuito terapéutico, por utilizar una palabra aproximada, (aquí me refiero a los

dispositivos privados y gubernamentales), en la mayoría de los casos no se diagnostica correctamente, comúnmente se actúa desde las urgencias, las conveniencias, las comodidades ,sin tener en cuenta la verdadera necesidad reinante del sujeto en su intimidad convulsionada. Ya desde ese primer paso en falso caemos en un camino monótono y plagado de vicios propios y ajenos.

Pensar solamente que en nuestra ciudad de Rosario un preadolescente de 14 o 15 años ante un primer delito simple, mayormente por casualidad, termina en una cárcel con gendarmes como guardianes de su alma virgen y rodeado de otros chicos mas experimentados que lo ultrajaran y serán sus maestros oscuros hacia una carrera sombría y definitiva en la perdida de la identidad y libertad.
Aquí el sistema judicial, las autoridades políticas de turno y todo el entramado burocrático hacen de trampa, que como telaraña precaria retienen en sus débiles artilugios, esas vidas nacientes en claustros inservibles.
O cuando una familia con su adicto cargado sobre sus espaldas “salvadoras” llega a un dispositivo gubernamental o a una Institución privada y el equipo no se informa correctamente acerca de su historial clínico y provee salidas terapéuticas acorde a sus intereses, desconocimiento o falta de formación y no en función a las necesidades intimas y básicas del sujeto.
Aquí comienza un camino riesgoso plagado de idas, venidas y recaídas que van produciendo un desgaste en el sujeto, la familia, en las Instituciones y en el Estado.
El adicto deambula de aquí para allá, de programa en programa, de estrategia en estrategia, perdiendo el tiempo, gastando energía y presupuesto propio y ajeno.
Cuando la problemática y el sujeto se institucionalizan pierden la chance de una salida genuina, poética y verdaderamente terapéutica.

Caemos en la misma burocracia que criticamos y en los malos hábitos que intentamos extirpar.
Una propuesta terapéutica debe responder a una cuidadosa investigación intima, familiar y social, para desarrollar una estrategia, no definitiva ni redentora, pero sí, situada en un dispositivo coherente que se proyecte desde la intimidad conquistada del sujeto, a través del conocimiento y el dominio de sí mismo, hacia un afuera conflictivo y en permanente deterioro espiritual y humano.
Osvaldo S. Marrochi
Presidente Fundación Esperanza de Vida

 

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